¿Una caricatura excesiva? Hagamos una lista de aeropuertos,
trenes, autovías, martingalas, chanchullos, agujeros bancarios, corruptelas,
burbujas inmobiliarias, enredos e injusticias autonómicas, instituciones en
quiebra moral... No te la acabas. Lo mismo le sucede a Frau Merkel. No sólo no
se la acaba, no. Es que la horroriza e indigna. Y si la mezclamos con la
percepción del "tópico orgullo español" (que no es nada más que puro
interés partidista para que sean Bruselas o Berlín quienes tomen las decisiones
feas) se comprende que esté hasta los mismísimos de nosotros. Harta,
literalmente. De modo que seguirá echándonos el pulso hasta ganarlo. No por
sadismo (bueno, tal vez un poco, sí) sino porque pretenden construir una Europa
a la medida de Alemania.
Y así empiezo a entenderla. Si hacemos una Europa a la
española o a la catalana, a la andaluza o a la valenciana, a la griega, a la
italiana, vamos hacia la catástrofe. De hecho, ya estamos en ella. Alemania y
Francia, con sus virtudes combinadas, con sus defectos, merecen infinitas
garantías más. Al menos saben adónde van. Nosotros, como país, no tenemos ni la
más remota idea. Lo nuestro es ganar tiempo, buscar quién puede dejarnos más
pasta, señalar al malo de la película... No es lo que hacemos todos, por
supuesto, pero pertenecer a un país, al que sea, tiene estos inconvenientes: te
perciben como una unidad, simplificada, a grandes trazos, con sus tópicos falsos,
con sus grandes verdades.
Por eso estoy empezando a entender a la canciller alemana. Empieza
incluso a caerme simpática (discrepancias ideológicas al margen). E incluso
empiezo a admirarla y, esto es lo más preocupante, a envidiarla, a envidiársela
a los alemanes.
No porque Alemania sea el país de mis sueños, no, sino
porque el nuestro se ha convertido ya en la patria de las pesadillas.
Hasta que despertemos un día. Si realmente queremos
despertar...