Los ciudadanos nos alejamos de la política, la vemos como
algo extraño, ruidoso, ajeno. En realidad sólo nos ausentamos de esta manera de
hacer política, pero no tenemos recambio. De vez en cuando, los políticos más
hábiles intuyen el grave problema y pretenden cabalgar sobre las olas sin
cambiar en realidad nada: se pierden en vagas propuestas de regeneración democrática,
maravillosamente superficiales, estéticas, mediáticas, que se olvidan dos
minutos después de formularlas. En el mejor de los casos, resulta que la
urgencia es luchar contra la crisis y ya nos dedicaremos a teorías y
experimentos más adelante. Primum vivere, deinde filosofare.
Tenemos un grave problema cuando la solución a la nefasta
Mafo-etapa en el Banco de España es asegurar gobernadores del PP para una
década. Una temporadita tú, otra yo, no vaya a resultar que el BdE sea una
institución independiente de verdad, al servicio de los ciudadanos, controlada
por los ciudadanos, rindiendo cuentas a los ciudadanos. En el Tribunal Supremo
tenemos lo que tenemos, otro vodevil erótico-corrupto como el de los elefantes
reales: partidismo de vía estrecha en estado puro, caciquismo. Más tóxico,
imposible. O los sindicatos y patronales enchufados a la respiración artificial
de los fondos públicos, administrados desde intereses tácticos y de partido.
Para no hablar de los mismos partidos, por supuesto. O del uso demencial de los
fondos de reserva de la seguridad social, que son nuestros ahorros y no los del
Estado.
Sobre la catastrófica gestión de la crisis bancaria tampoco
se puede añadir mucho más ni sirve de nada: se salva la banca contra los
ciudadanos, no a favor de los ciudadanos. Ahora y siempre. Los banqueros
seguirán gobernando el país a su antojo, toreando hábilmente al poder político,
repartiendo favores, envenenando el sistema, corrompiéndolo. Un extraterrestre
tal vez diría que esta sociedad tiene un problema con las leyes que regulan las
hipotecas, ¿verdad? Pues no, esta no es la prioridad: a lo sumo, se plantean
retoques cosméticos, pero nada de afrontar cambios en profundidad, que no se
nos enfaden los amos del sistema, la banca y sus tentáculos.
Y de generar ideas de futuro para el país, ni una, ahora no
toca, nunca es el momento: el horizonte máximo son las próximas elecciones, las
listas, las maniobras, los tuyos y los míos, o conmigo o contra mí. Cuatro años
como máximo, o menos. Por no hablar del famoso pacto fiscal catalán, un bluff:
para recaudar impuestos, primero debe funcionar el país. Empezar por pensar en
la recaudación es una bonita manera de engañarse. Por muy injusto que sea el
sistema fiscal, que lo es y en grado superlativo.
Si yo fuera Frau Merkel, la verdad es que estaría tan
horrorizada y escandalizada como ella. Me costaría mucho, muchísimo, prestar
dinero a un país que siempre hace trampa, que se fundamenta en la trampa, que
no sabe adónde va. No sólo porque dilapidó una fortuna en los años dorados
(como hizo estúpidamente con la plata y el oro robados en América, sino porque
ahora actúa a impulsos, enloquecidamente, a medias, sin acabar nada, sin
estrategia. Así este país no va a aprovechar ni una sola de las escasas bondades
de tanta austeridad y tanto sacrificio, sólo se hundirá más profundamente en el
abismo.
El primer problema no es la economía. Es el país. La
política como forma de organizar y vivir un país, la cosa pública, lo que en
teoría nos interesa a todos y todas. Es este tipo de política lo que nos está
fallando gravemente.
Del mismo modo que está fallando una ciudadanía acostumbrada
a ser exigente sólo con la farola de la esquina o el programa de fiestas, pero
que en el fondo no quiere ser mayor de edad y mirar la cruda realidad cara a
cara y tomar las riendas de su propio destino. Lo tenemos delegado en la
política, en esta forma de hacer política, que es justo lo que nos hunde aún
más. No hablo de este o aquel, de un partido u otro, a estas alturas es
totalmente estéril ver la vida desde este prisma tan limitado. El conjunto del
sistema está gravemente averiado y manda señales de alarma. Pero aguantamos y
aguantamos y aguantamos.
El veneno nos va matando lentamente, cada día unas gotas en
la sopa, que tal vez, sí, tiene un sabor extraño, pero está rica...Y si nos
quejamos, lo olvidamos fácilmente, y mañana en la mesa hay el mismo plato y las
mismas cuatro gotitas de veneno.
¿Qué tiene que suceder para que reaccionemos y comprendamos
las raíces del drama que nos ahoga? Me lo pregunto cada día y no salgo de mi
asombro. Vamos tirando. Con ejemplos extraordinarios de solidaridad y
compromiso, con gente que se esfuerza por resistir, con visionarios que buscan
el futuro en todas las grietas... Pero no sirve de nada. Sólo para reducir algo
el dolor y la angustia, dar esperanza, que no es poco, pero no basta.
Es posible que éste sea el país numantino del tópico,
inconsciente, capaz de resistir hasta que no tenga sentido resistir, de apretar
los dientes y esperar un milagro, el país servil con el poder, incapaz de
rebelarse serenamente y pacíficamente, de decir basta, de pensar con
generosidad (y razonables dosis de egoísmo), con visión de futuro.
Pues bueno. O hacemos un salto evolutivo como el que
protagonizamos en los sesenta y setenta o nos condenaremos a un futuro que no
nos merecemos y al que no nos obliga ningún sádico designio divino. Hay que
dejar de ser inconscientes, algo que conduce primero a la política y luego a una larga de lista de
temas a afrontar. Pero así, parcheando las naves de la Armada Invencible, sólo
tardaremos algo más en hundirnos. O en entregar las llaves, desesperados, a
alguien que dirá que sabe lo que hay que hacer, ya sea Frau Merkel o cualquier
iluminado. Cosas que ya se sabe cómo suelen acabar... Aunque si no nos movemos
nosotros, ya nos empujará la realidad: como los griegos este próximo domingo,
que van a dar otro paso enfrente hacia el abismo...
(Artículo publicado en el diario digital e-notícies.cat)
(Artículo publicado en el diario digital e-notícies.cat)