El verano, de repente


(10.6.2012) Eran las seis de la mañana de un domingo gris. En el coche sonaban algunas viejas canciones, de esas que siempre te acompañan, que te gusta volver a escuchar de vez en cuando, sin cansarte jamás. “Mis himnos privados”, así es como me gusta llarmarlos: canciones que tienen un significado, que conservan un recuerdo. Que invitan a vivir, a luchar, a soñar. Otras llevan viejos dolores, que no quieres olvidar porque son también lecciones. Igual un día os doy algunas pistas de cuáles son estas canciones. 6:30 de la mañana. Calles solitarias. Domingo. El mundo se detiene, el ruido se apaga, cesa la batalla. Conduces en medio de la nada, por las mismas calles donde mañana correremos hacia la lucha diaria, al trabajo o en pos de nuestros sueños. Pero disfrutemos ahora del aire fresco y puro de la mañana, del silencio, del poderoso rugido del motor cuando aceleras, de la música. Había cenado en casa de unos amigos. Hablamos horas y horas, cambiamos el mundo, compartimos ideas con una copa en la mano, proyectos, muchos cigarrillos, imaginamos cosas que podríamos hacer para salir del desastre en el que algunos (no, muchos) nos han metido… Cosas que podrían abrir camino también a los que van creciendo, hijos e hijas, sobrinos, jóvenes cargados de futuro... Hubo ideas buenas y malas, malísimas, momentos de lucidez, otros de confusión, muchas risas. Las horas pasaban ligeras. De repente, las 6:30 de la mañana, bajo una luz grisácea, ya en casa. Salí a la terraza, desvelado, a fumar un último cigarrillo. Sin música, disfrutando del silencio. Mirando un par de olivos en flor, una higuera muy querida (¿se puede querer a una higuera?), un almendro enfermo, los geranios en flor, la ciudad quieta y aún dormida, las montañas a lo lejos, desdibujadas por una leve neblina... Ya estamos en verano. Casi. Lo dices en voz baja. Como una revelación, una plegaria. Una celebración. Es la fiesta de la vida. Y te invita aunque el otoño, el invierno y la primavera han sido un largo, interminable tiempo de pérdidas, de dolor, de enfermedades, de muerte. De  adioses. Y aún no han terminado, aún hay muchas cosas de las que deberás despedirte. Algunos adioses son evidentes para quien conoce tu historia, otros no tanto, son más secretos. Pero te invitan la vida, el sol, las flores, el aire fresco del alba, las viejas canciones. Como ésta, quizá tontita, pero tan alegre, tan prometedora. O ésta, tópica tal vez. O ésta, la más reciente. Historias sencillas, pequeños sueños, pequeñas felicidades. Hasta aquí llegó la derrota, te dices. Aquí está la vida que te llama, aquí está la sombra intuida de otras vidas, más allá, en otros mundos, en otras formas, en leves aleteos que a veces te agitan… Pero esta es la que hay que vivir ahora, este es el futuro que hay que construir mañana. Y te acuestas aún desvelado bajo la claridad grisácea del domingo y piensas antes de dormirte que una de estas noches soñarás con el verano…

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