
(17.6.2012) Leónidas, aún desafiante,
continúa allí. Su estatua se levanta sobre un monumento grandilocuente, más
propio del patio de un cuartel griego -o español- que del antiguo campo de batalla de las
Termópilas. Leónidas sostiene su lanza junto a la ruidosa autopista, rodeado de camiones y automóviles, en
un paisaje que ya no permite entender lo que fue el estrecho paso. Estuve allí hace más de veinte años, uno de estos días buscaré
las fotos, olvidadas en alguna caja. Ya es tiempo de desempolvar viejos recuerdos de los viajes a Grecia y Turquía... Aquella tarde de verano probé el agua caliente y
sulfurosa, busqué la colina de la lucha final, Kolonos, donde murieron los trescientos
espartanos y sus setecientos compañeros tespios, casi siempre injustamente olvidados:
su monumento no se erigió hasta 1997… Ni siquiera
300 les hace justicia. Me emocioné leyendo
la frase inmortal de Leónidas en griego. Y me fui, porque en aquel lugar desangelado no quedaba
nada. Las Termópilas ya sólo existen en los libros.

Hoy, 17 de junio, es muy tentador
situar el hermoso recuerdo de la gran batalla junto al decisivo domingo
electoral griego, dibujar heroicos y tópicos paralelismos… Olvidamos, sin
embargo, que pese al heroísmo de Leónidas y sus mil soldados luchando hasta el
final, el genio de la guerra contra los persas fue Temístocles, un gran político
y gran general ("strategos", en griego...) ateniense. Sí, a finales del verano del año 480 aC,
la auténtica batalla se libró en el campo de la política, en la imperfecta y
prometedora democracia ateniense de la época. La visión estratégica de Temístocles,
su brillante inteligencia, su habilidad para manipular y mentir: éstas fueron
las claves de la victoria final griega. Pero la grandeza y la miseria forman
parte inseparable de la política, desde siempre. Temístocles, claro,
terminó mal. Y no tuvo monumento.
SIMILAR ARTICLES