De modo que he empezado haciendo una lista. 10 cosas sencillas
que puedo hacer para mejorar mi vida y también la de los demás. No parecen grandes cosas, ni muy originales o sorprendentes. Sólo son buenos
propósitos veraniegos. Listas, listas, listas... A repasar de vez en cuando. Sobre todo, a principios de septiembre.
1. La felicidad es relativa, sí, pero existe.
Hay otras maneras de medir la realidad. Hay alternativas al
IPC, al producto interior bruto, al euribor, al índice de morosidad, a los
datos de paro y la EPA. Hay otros indicadores: de felicidad bruta/neta, de
desarrollo, de bienestar/malestar. E incluso un instituto Coca-Cola de la
felicidad: no es ninguna tontería. También es posible crear nuestro propio
indicador. No lo descarto. Tendencias, valores, objetivos, temores, sueños...
2. Volver a la naturaleza.
El paisaje es gratis. Como el aire puro, el sol, la lluvia,
los días grises, las noches de verano, el mar, las montañas, el bosque. Es un
tópico, de acuerdo. Pero funciona.
3. Algo tan simple y barato como caminar.
Mejor por el campo que por la ciudad, por supuesto. Pero
caminar abre la mente y enriquece la mirada. Somos seres deambulantes, nómadas,
peregrinos, inquietos.
4. Los caminos del alma.
La verdad está ahí afuera. Pero también dentro, muy adentro.
Y más allá, donde empiezan otros caminos del alma.
5. Operación bikini.
El verano es una gran oportunidad para hacer una limpieza a
fondo. De cuerpo y mente. De papeles, de disco duro.
6. Hacer algo por los demás. O mejor, mucho.
Una fuente de alegría y bienestar, de paz interior. Además
de la gente que quieres y que te importa, están "los otros". Éstos,
por ejemplo: El Rebost. Como otros tantos en tantas ciudades y pueblos. Una red
que nos salva de la barbarie y nos reconcilia con lo mejor de nosotros mismos.
Pura humanidad.
7. Leer más
Más, mucho más.
8. Aprender
Más, mucho más, también. Ya que habrá que trabajar mucho
más, buscarse la vida, experimentar, todo empieza aquí.
9. Menos es más
La austeridad forzosa puede descubrirnos otras riquezas.
10. Y, por supuesto, claro, no dejar de protestar ni de
luchar
¿Vamos a quedarnos quietecitos, calladitos, sedados, asustados,
resignados? Yo, no. No es tiempo para instalarse en la queja ni para dejarse
llevar por la rabia. Es tiempo de lucha, entendida de muchas maneras. Constructiva, pacífica, serena. Con la
verdad, la libertad y el respeto como banderas. Activando las neuronas, escuchando al corazón. El de cada uno y el de un país
que no se resignará a cumplir tan injusta condena, a tragar tanta indecencia. Después del verano, entre
las ruinas, se abrirán también nuevos horizontes. Aunque sólo para quien de verdad los busque...