Frau Merkel está hasta los... de nosotros

(15.6.2012) Estoy preocupado. Frau Merkel empieza a caerme simpática. Y no es todo. Empiezo a entenderla, lo que ha hecho que se disparen todas mis alarmas. Ya he comprendido que su gobierno y su país tienen una estrategia europea, perfilada con claridad, ejecutada con firmeza prusiana. Los alemanes son buenísimos cuando tienen un plan. Y ahora lo tienen. Aquí somos buenísimos en el ejercicio de la fantasía y la picaresca hispánicas, salvo muchas y honorables excepciones. Pero el tono general del país es éste.

¿Una caricatura excesiva? Hagamos una lista de aeropuertos, trenes, autovías, martingalas, chanchullos, agujeros bancarios, corruptelas, burbujas inmobiliarias, enredos e injusticias autonómicas, instituciones en quiebra moral... No te la acabas. Lo mismo le sucede a Frau Merkel. No sólo no se la acaba, no. Es que la horroriza e indigna. Y si la mezclamos con la percepción del "tópico orgullo español" (que no es nada más que puro interés partidista para que sean Bruselas o Berlín quienes tomen las decisiones feas) se comprende que esté hasta los mismísimos de nosotros. Harta, literalmente. De modo que seguirá echándonos el pulso hasta ganarlo. No por sadismo (bueno, tal vez un poco, sí) sino porque pretenden construir una Europa a la medida de Alemania.

Y así empiezo a entenderla. Si hacemos una Europa a la española o a la catalana, a la andaluza o a la valenciana, a la griega, a la italiana, vamos hacia la catástrofe. De hecho, ya estamos en ella. Alemania y Francia, con sus virtudes combinadas, con sus defectos, merecen infinitas garantías más. Al menos saben adónde van. Nosotros, como país, no tenemos ni la más remota idea. Lo nuestro es ganar tiempo, buscar quién puede dejarnos más pasta, señalar al malo de la película... No es lo que hacemos todos, por supuesto, pero pertenecer a un país, al que sea, tiene estos inconvenientes: te perciben como una unidad, simplificada, a grandes trazos, con sus tópicos falsos, con sus grandes verdades.

Por eso estoy empezando a entender a la canciller alemana. Empieza incluso a caerme simpática (discrepancias ideológicas al margen). E incluso empiezo a admirarla y, esto es lo más preocupante, a envidiarla, a envidiársela a los alemanes.

No porque Alemania sea el país de mis sueños, no, sino porque el nuestro se ha convertido ya en la patria de las pesadillas.

Hasta que despertemos un día. Si realmente queremos despertar...

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