Cariño, tenemos que hablar...

El 51% de los catalanes votarían sí (tal vez) a la independencia. Sólo un 21% votaría(tal vez) con la papeleta del no. Estos son los datos de la última encuesta de la Generalitat, aliñados y cocinados. Siguen indicando lo mismo que en anteriores encuestas: la sociedad catalana está procesando todo lo sucedido en los últimos diez o doce años y revisando su relación con el resto de España. El tic tac de la bomba de relojería sigue sonando...

Hay otro detalle interesante: la opción “Estado federal”, que antes era la preferida por la mayoría (ingenua), ha pasado a quedar muy por debajo de la secesión (divorcio, independencia, soberanía, ruptura...).

Y un tercer dato: estas tendencias se han mantenido constantes y en crecimiento en los últimos seis o siete años.  ¿También cocinadas? No es imposible. Pero...

Si a todo ello le añadimos la catastrófica gestión de la ridícula “desaceleración económica” y de la crisis que aún no ha tocado fondo, o la clara percepción de la inviabilidad económica de la España actual, es evidente que todo invita a pensarse muy bien la respuesta a la gran pregunta. Y ahora, ¿qué hacemos?

De pensar a hacer hay siempre un abismo, por supuesto, pero no es imposible que una mayoría amplia decida construir un puente para pasar al otro lado... Hay quien tiene el cava ya en la nevera.

Esta crisis va a cambiar para siempre muchísimas cosas. Una de ellas será, probablemente, el pacto más o menos explícito que mantiene a Catalunya dentro de España. Si los poderes centrales y centrípetos pretenden continuar como hasta ahora, o incluso peor, el pacto terminará por romperse tarde o temprano. Catalunya es un país denso y confuso, miedoso, conservador, pero está a punto de hartarse.

El día que sea posible declararse independentista catalán, pero en castellano, España va a tener un problema grave, gravísimo. El nacionalismo catalán aún no ha descubierto esta oportunidad. Para mí, es la clave: si algún día se pudiera seguir siendo andaluz o colombiano y hablar como tal y que tu lengua sea –de verdad- patrimonio de Catalunya, el problema no van a tenerlo en Houston o en la Luna, sino en Madrid. Algo así rompería el empate técnico que hasta ahora se mantiene. Pero el catalanismo aún está muy, muy lejos de esta posibilidad. Es algo que exige pensar estratégicamente, con visión de futuro y amplitud de miras: el catalanismo independentista no está en esta onda. Todavía.

En cuanto a los demás... Hace tiempo que he abandonado la ingenua esperanza en que un buen día España se despierte plural, flexible,inteligente, justa, seria, amable. O federal. Este es un cambio cada día más improbable. Si es que lo fue nunca, pese a las fantasías del catalanismo. La presión exterior sobre unas estructuras de poder, caciquismo, mediocridad y desastre económico, totalmente colapsadas, puede provocar que estas estructuras –más madrileñistas que españolistas- reaccionen sacando pecho, en plan chulo, abrazándose a la bandera rojigualda, a la roja y a lo que sea. Si esto sucede así, y parece bastante probable, en Catalunya hay muchas piezas que estarán a punto del “clic” que las hará encajar. Y no sólo en las encuestas.

El escenario, tal vez, no será tanto el de un dramático choque de trenes , una exhibición de testosterona hipernacionalista, sino el de un cansancio infinito que es cada vez más insoportable, que lleva a pensar que hay que ponerle remedio más pronto que tarde... Aquello que suele empezar así: cariño, mira, tenemos que hablar...

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